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lunes, 7 de septiembre de 2020

Lo inmutable del movimiento constante

Me recorre un escalofrío, como si por no escribirlo negase la verdad de lo inmutable que es el movimiento constante, precisamente esa negación es lo que nos causa sufrimiento - qué irónico, siento un escalofrío -, negar nuestra naturaleza humana, que así como fuimos un huevo y un espermatozoide producto de las proteinas armadas de nuestros padres, así sucumbiremos para ser proteinas de ese todo que forma la tierra, esa es la naturaleza de todas las cosas que pisan este mundo.

Todos los seres vivos se comprometen cuando nacen, todos los seres vivos compiten con otros y su vida se extingue, sus existencias perecen

Qué es realidad y qué ficción, hace un par de días leí un poema interesante que publicó un amigo cuyas últimas 25 lagartijas culminaron con el siguiente párrafo:

El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto 
y también a llorar con carcajadas.

Sin duda pareciera que nuestro consuelo son las palabras que sobreviven, la música que se tañe, los diseños arquitectónicos, las coreografías, los hallazgos que tratan de dar orden a la entropía, en pocas palabras el arte y la ciencia, así reímos con llanto y lloramos con risotadas con la esperanza de engañarnos, como una especie de Demiurgo ocioso dejamos este mundo con nuestras creaciones, nuestros recuerdos, como ralas ondas gravitacionales vibramos en consonancia con nuestros semejantes, en recuerdos cada vez más vagos dependiendo de la persona y del momento.

Me llama la atención que ku nu de Kenji Kawai haga referencia al Dios primigenio del sintoismo: Amenominakanushi y que precisamente ese dual ente sea una reverberación de la que nadie sabe, una especie de Ometéotl simil de nuestros lares, pero en los del sol naciente.

La reflexión no acude y quizás no sea el momento, mas eso no impide que comparta con uds la rola que me ha traido tales elocubraciones




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