-Alguien que ayude a mi esposo, él no puede cargar- decía la mamá.
-Ya pusiste los instrumentos de batucada- decían otros por allá.
Ya en el viaje me tocó hasta atrás enfrente del baño con el Balú para colmo, pues las proporciones del Balú no son nada pequeñas y yo tampoco soy pequeño, no lo digo por las carnes, más bien por lo armatoste tanto de mi parte como la de Balú. Así que poco a poco me fui resignando a que terminaría usando a Balú como almohada, aunque finalmente fue al revés, pues él es mucho más grande y alto que yo.
El viaje largo, 10 horas, se empezó a calar cuando el calor fue inevitable y las palmeras se asomaban por doquier. Llegamos a una villas de precio razonable, la otra opción era hospedarse en el hotel donde se llevaría a cabo la pachanga, pero para mi esa opción no era viable. Y por mera suerte me tocó una cabaña, no tan descuidada. Una vez acomodado en la cabaña 7 me metí al mar y pese a la prohibición, como buen mexicano busqué, junto con otros capoeiristas, la frontera entre lo que se debe de hacer y lo que no, la consecuencia fue una buena zarandeada como recibimiento por parte de Yemanyá.
El hambre hizo efecto y terminé en un restaurante en medio de la nada, en compañía de la banda, pues la playa no es de las típicas para turistas. Sintiendo como efecto el choque de nuestra agitada vida con la tranquila de los lugareños. No es del dios del estrés observar como uno agoniza de hambre y la cocinera lenta y campechanamente rebana la cebolla y los tomates.
Así que es en esos momentos cuando uno deja el nerviosismo y fluye escuchando las olas rompiéndose sobre la arena. Uno abre la mente a la aparente tranquilidad sempiterna del océano Pacífico.
Unas horas más tarde con capoeristas vestidos de formal tropical:
guayabera, pantalón de lino, vestidos ligeros mostrando las piernas que
muchas envidiarían. Nos encontrabamos en la capilla del pueblo de Barra
de Potosí haciendo mero acto de presencia, ni modo no todos son Ateos,
sin embargo lo importante, supongo, es celebrar ese hecho tan
desvalorado o valorado en los humanos: el amor de una pareja. En mi caso
me decanto por la última opción. ;)
Sobre los esposos, como diría Pixela, son perfectos, es decir son clara manifestación de un cuento de hadas u algo así, pues tanto Nana, como el Novino son muy majos. El resultado de formar mente y cuerpo con la capoeira y otros estilos de vida. Tiene su beneficio y precio, en lugar de ir a comer oficinilmente, ir a hacer barra a la hora de la comida y otras cuestiones.
Uno que otro chascarrillo para evitar la somnolencia con los irreverentes y los forever alone, claro debraye de la Rois. Y la marcha nupcial tarareada. Sigo reflexionando al momento de escribir esto y sigo embelezado, pues los detalles son de una sencillez como una especie de realismo mágico, pues pensando en otras bodas me queda el sabor de su locura de amor y no una especie de presunción del poder adquisitivo. Por mucho que muchas parejas no lo hagan como un fin, no deja de ser un acto político de sus respectivas familias y son inevitables los manteles largos.
Terminando la celebración religiosa las instantánesas hicieron marabunta aprovechando que el padrino de foto es un artista en ese sentido. Instantes capturados donde los sujetos son de una diversidad curiosa abanderados por los esposos por todas las de la ley.
El calor de los lares manifestándose en guayaberas sudadas poco a poco fue apagado por el heladero del pueblo, una imagen que me alucinaría otras épocas. Por un momento imaginé a los afrobrasileños con sus trajes de lino blanco saciando las manifestaciones del calor de bahía para luego ir a la plaza a jugar capoeira.
Sobre los esposos, como diría Pixela, son perfectos, es decir son clara manifestación de un cuento de hadas u algo así, pues tanto Nana, como el Novino son muy majos. El resultado de formar mente y cuerpo con la capoeira y otros estilos de vida. Tiene su beneficio y precio, en lugar de ir a comer oficinilmente, ir a hacer barra a la hora de la comida y otras cuestiones.
Uno que otro chascarrillo para evitar la somnolencia con los irreverentes y los forever alone, claro debraye de la Rois. Y la marcha nupcial tarareada. Sigo reflexionando al momento de escribir esto y sigo embelezado, pues los detalles son de una sencillez como una especie de realismo mágico, pues pensando en otras bodas me queda el sabor de su locura de amor y no una especie de presunción del poder adquisitivo. Por mucho que muchas parejas no lo hagan como un fin, no deja de ser un acto político de sus respectivas familias y son inevitables los manteles largos.
Terminando la celebración religiosa las instantánesas hicieron marabunta aprovechando que el padrino de foto es un artista en ese sentido. Instantes capturados donde los sujetos son de una diversidad curiosa abanderados por los esposos por todas las de la ley.
El calor de los lares manifestándose en guayaberas sudadas poco a poco fue apagado por el heladero del pueblo, una imagen que me alucinaría otras épocas. Por un momento imaginé a los afrobrasileños con sus trajes de lino blanco saciando las manifestaciones del calor de bahía para luego ir a la plaza a jugar capoeira.
-Ojalá también tú la estés contemplando- pensé entre muchas cosas, sonreía aún bajo el influjo de Dionisio y me vino a la mente el piropo de Julieta Fierro: "Somo polvo de estrellas". Finitos de eso no queda duda, pero en nuestro ser la infinitud del universo. Quizás por eso, nuestro ser vibra cuando nuestros ojos se pierden en la noche oscura manchada de leche, la leche de la creación.
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