Siento mis dientes tocando los labios y mis encías libres de todo fierro. Hace casi 4500 días recuerdo que llegué a mi casa con un terrible dolor de muela, mi padre me dijo que conocía a un dentista y fuimos de emergencia a las 21 horas. El dentista usaba un zapato con más suela que otro, supongo algún detalle, era joven, aunque como yo era joven pensaba que él era grande. Me pasó al diván, comenzó a revisarme y después de una pequeña anestesia, empezó a taladrarme el diente. A su juicio el diente necesitaría una endodoncia y nos veríamos la próxima vez para usar esos palillos y sacar el nervio del diente. Aprovechó para hacer énfasis en mis dientes torcidos y en las bondades de su financiamiento para a cómodas mensualidades enderezarlos.
Yo con los dientes derechos como la mayoría - pensé. En ese entonces nunca se me hubiera ocurrido y emocionado me comprometí a esa carga, sin embargo en ese entonces las vacas flacas eran una constante en la economía familiar, así que no pude completar para las mensualidades y detuve el tratamiento unos meses después. El dentista me dijo que cómo era posible que no pudiera trabajar y pagarme mi tratamiento. Y no es que no pudiera, pero la mayoría de los trabajos de medio tiempo no eran compatibles con lo pesado que era estudiar matemáticas, además pagaban una bicoca. Así que lo más sencillo fue dejar el tratamiento, el dentista me retiró los alambres y las ligas, mas no los bráquets. Así duré varios años, incluso cuando las vacas flacas engordaron ligeramente y trabajaba como becario en la universidad donde estudiaba, en parte por desidia, en parte por que mi tía abuela había sufrido bajo las garras de un dentista que le quitó todos los dientes cuando era niña y la dejó con dentadura postiza.
No fue casi un año después de trabajar en Infiernix, cuando volví a visitar a Leopoldo López, el dentista, y le expresé mi deseo de retomar el tratamiento. Me volvió a colocar los braquets que se habían caido, incluso unos meses después me arregló un diente frontal que estaba partido. No sin llegar a dejar de ir algunos meses por pretextos como el tráfico, una reunión, el trabajo: desidia finalmente. No obstante llega un momento en el cual uno se harta de dejar las cosas para después y finalmente logré cierta constancia en visitar al dentista para que me apretara los dientes y los fuera enderezando.
Ayer con cierta alegría me acosté en el diván y usando una pinza especial uno a uno los braquets fueron retirados. Siento mi boca extraña, pues los fierros se habían vuelto una constante. Quizás los fierros fueron las barras de acero de alguna prisión que fue medio para hacerme de otra prisión.
Hace casi 24 horas que me liberé del yugo de la ortodoncia y terminé con la desidia de 12 años. ¿Será acaso la sonrisa el reflejo de los cabellos de Apolo mostrándome otros colores?
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