Mi padre en sus afanes diarios sugirió que fuesemos a ver la película de Batman, dirigida por Nolan, desde hace dos semanas. El
jueves de esta semana agonizante se intentó cristalizar dicha
petición y terminé yendo a verla con mi hermana y mi mamá. La sala
de cine en el Reforma 222 nos tocó prácticamente vacía, lo cual es
chido, pues detesto ir a un cine retacado de humanos.
Desde que pusieron los comerciales y los avances de otra películas
senti el shock de vivir en otra época, una el volumen exagerado que
usan para las películas, supongo que para tener excitados a los
changuitos, dos la parafernalia consumista que intentan clavar al
expectador. El cine a recientes fechas lo siento como cocaina visual-sonora, pues por la cantidad de efectos, estos mantienen
excitadas a nuestras neuronas ocupadas de la vista y el oido.
Sobre la temática de la película, nada nuevo, los gringos y su
paranoia de la supuestas fuerzas oscuras que surgen
inexplicablemente de la nada y que siempre pretenden destruir su
sociedad. Lo interesante a mi gusto son los efectos y la actuación
de Gatubela, quien nunca afirma serlo, pero por sus movimientos y
elegancia se deduce. Interesante que siempre que veo a esa actriz,
la asocio con la sufrida asistente del Diablo que viste a la moda en
diversos papeles, en este caso en el de la elegante y sexi ladrona.
Mi voz interior dice: Róbame por favor, jajaja. Algo que le debo a
mi curso de fotografía es que me fijo más en los detalles, las
tomas, los bokeh, los colores, definitivamente hacer cine es hacer
obras de arte con fotografías en movimiento.
Sigo reflexionando o más que tal, sigo pensando sobre los contrastes
que uno vive, por un lado lo común y trivial de la ciudad, el paseo
de la Reforma, con su pobreza y su riqueza. Una niña en una esquina
con globos en las asentaderas y su familia, pidiendo dinero. Un
edificio que representa esta época, con sus apartamentos de cuatro
millones de pesos, sus tiendas, sus salas de cines lujosas con lo
último en tecnología del entretenimiento.
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