Con un apoteótico final digno del episodio del monoriel de los Simpsons colapsó la otrora cueva de Cuevas, un departamento en un segundo piso ubicado en la esquina de Hortencia y Nogal en la ahora colonia trendy y gentrificada Santa María la Ribera. En contra esquina hay un taller de autos cuyo ápice son las aceras aledañas. Frente a este departamente se eleva majestuoso un árbol de hule, el ruido ocasionalmente del circuito interior se llega a filtrar con coches que aceleran o camiones que pasan a una cuadra. Por las mañanas el tráfico es brutal y a todas horas se puede escuchar el terrible ruido con el que los que desconocen la otrora ciudad de los palacios asocian ahora a la CDMX: "Se compran colchones...".
Así hace un poco más de una década llego Cuevas, el isonómico, a rentar ese espacio, que al ser un departamento construido antes de la enfermiza eficiencia de inversión y costes obsesión por atracar y presumir la falta de escrúpulos inmobiliarios, aprovechando la ausencia de estado que regule para beneficio de sus ciudadanos. Este departamente contaba con una cocina relativamente grande, separada, un recibidor pequeño y un bonita sala comedor, además de 3 cuartos y un baño, además de techos altos, muy por el contrario de los departamentos que ahora venden en dicha colonia con techos bajos y espacios más que reducidos.
Por el departamento desfilaron un sinfín de cosas y personas, siendo testigo del crecimiento, encumbramiento y luego la desafortunada caída laboral de mi tocayo. Recuerdo que en sus inicios contaba solo con un sillón de piel heredado de Gabo, uno de sus mejores amigos desde la infancia, su cama y una mesa plegable enorme. Luego conforme la bonanza laboral fue endulzando la vida de Alex, llegaron más muebles, algunos de diseñador del mercado de muebles de Tlalpan, cuadros, incluso una parrilla de inducción magnética que estuvo varios años como un bonito pisapapel, plantas incluyendo muchas exóticas y algunas kodamas que la nutria, Daniel, regaló al dueño temporal.
Sin embargo lo que nunca faltó fue una buena pantalla y consola de videojuegos, faltaría menos para quien en algún momento era evangelista de brorape, el documental. Ahí en ese rincón chilango Alex se enamoró, sufrió y volvió a enamorarse. En sus espacios cavernosos fumaron o departieron personalidades de la otrora comunidad salchicha, cluster, juegos de mesa, círculos de diversos hobbies, familiares y sobrinos del tío buen pedo cuya fragancia a cannabis se volvió constante e intensa al grado de que pereciera que en ese espacio el tiempo se distorsionaba y las risos por cualquier cosa fluían.
En mi caso entre mis idas y venidas de Canadá, en algún momento se convirtió en una especie de segundo hogar, lo cual agradezco mucho al isonómico, pues el espacio fue ideal para no regresar a casa de mi madre e incomodar con la falta de espacio, eso sin contar que además el espacio era agradable para que también llegara "special one". Ahí en dicha cueva recuerdo que incluso pasamos una Navidad la mamá de Alex, Pam, mi hermana, mi mamá, yo y Alex. Fue así que en varias ocasiones la rutina era ir a comer con mi mamá a su casa en bici, ya que la santa María está muy cerca de la Cuauhtemoc, o que mi mamá y a veces mi hermana viniera a comer en un restaurante cercano, el restaurante de la señora Norma, su hijo y yerno tatuados famoso por sus chiles rellenos y su calidez. O más noche ir a cenar con Alex sobre San Cosme quesadillas de maíz azul o tacos cerca del metro Normal.
Para las reuniones también quedaba cerca el ir a visitar a Paco o Richo a su torre de marfil en contraesquina de la capilla británica o llegar y toparme con que había una de la nada, sin planeación alguna, pero con cerveza, música y conversaciones curiosas o retas de smash u otro videojuego hasta altas horas de la madrugada.
En esos ires y venires me fui empapando de la cultura de barrio que ofrecía la Santa María coincidiendo muchas veces con irme en bicicleta a entrenar capoeira con Novi en Yubá cerca de la delegación Cuauhtémoc o mostrar todavía restaurantes no gentrificados y vacíos no de gente sino de espíritu como los de la Cuauhtémoc. Sin duda fue casi una década entre vivir en Calgary y parcialmente vivir más en la Santa María la ratera que en la Cuauhtémoc.
Entre recuerdos, me viene a la mente la placa de Av. Universidad que estaba colocada encima de la puerta principal de dos hojas que comunicaba el recibidor con la sala-comedor, pienso en su origen seguro Alex la tomó en su época adolescente cuando patinaba con Gabriel y otros de sus amigos por la colonia del Valle o Coyoacán, así me imagino a mi isonómico amigo siendo todo un rebelde, como una especie de scrappy doo, quizás yo esperando el camión en el instituto México o en el CUM y el pasando desapercibidamente por Gabriel Mancera, dos realidades cercanas, pero inconexas que convergerían y luego divergerían. Otro detalle que me viene a la mente es el cuadro de Sego, compañero final, siempre he pensado que el graffitero y artista se lo dedicó a Alex por muy buenas razones, sin embargo así como el otrora amor de su vida cejó para perderse en la bruma de los tiempos, así esta se empezó a vislumbrar a partir de la pandemia con el fin de la fuente de "sor juanas" y la consecuente complicación de vida al isonómico y aún con todo airbnb y roomies, la tenencia del depa trastabilló hasta caer de manera lenta e inexorable ante los obstáculos de negociación tras la partida de la mamá de Alex y la de su papá un año después.
Fue finalmente hace un par de meses que la fantasía tejida por el isonómico cedió ante la cruda realidad, ya se me hacía rara la eterna entrega del departamento, y tras dos años sin contrato y con la escalada legal, que afortunadamente negoció Gabo, un sábado 4 de Octubre la palabra ábrete sésamo desapareció para la cueva de los cuarenta y uno maleantes y junto con ella muchas de sus riqurezas, historias, reuniones y experiencias que ese lugar escondía.
Por cierto si quieren ver como era el departamento de Cuevas, el siguiente corto se filmó enteramente en dicho lar:


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