Uno de los lugares más emblemáticos de Tepic es el cerro de San Juan. Este cerro ofrece unas postales hermosas cuando baja la humedad que viene de la playa, se pueden observar las nubes envolviendo el cerro como si de una marejada se tratase. También ofrece a los Tepiquenses un lugar de ejercicio y esparcimiento, pues cuenta con un estacionamiento rústico y un camino que lleva hasta la parte más alta y que conecta con otros lugares de la sierra de San Juan.
Como todo en México y en el mundo en esta época moderna, aunque la Sierra en general fue declarada área protegida eso no quita que sea un área ejidal y por ende presa fácil de la corrupción. Corrupción atizada por los gobernadores y otras élites que ven al cerro como una fuente de minerales y de terrenos habitacionales. Es curioso que aunque sea una área protegida en el camino hacia la punta del cerro se pueden apreciar alambradas de los terrenos circundantes y si bien por hoy los ejidatarios son dueños que respetan la flora y fauna, tarde o temprano sucumbiran a la marea legaloide que de manera lenta, pero tajante poco a poco va mermando, ya sea por quemas u otras triquiñuelas, la naturaleza de este cerro y de la sierra.
Volviendo al Cerro, al senderismo y a la conexión con la naturaleza, subir el cerro es un símil a escalar una pirámide gigantezca, la pirámide del sol en el día y la de la luna en la noche. Yo siendo más adepto a Selene le tomado la palabra al hermano de ojos negros encendidos y hemos subido cada miércoles el cerro.
Sobre la experiencia creo que no hay palabras que hagan el adecuado honor para describirles la experiencia de observar insectos bioluminiscentes en el camino, disfrutar el aroma de las diversas flores, hierbas, encinos, pinos y eucaliptos que crecen en el camino, ya que sus fragancias son mucho más intensas en la noche.
La oscuridad absoluta alivia nuestros ojos de la creciente contaminación lumínica por leds, permitiéndo que nuestros sentidos se enfoquen llevando al cuerpo y mente a una especie de meditación o atención consciente. Subir el cerro también requiere condición física, así que sin duda es un buen entrenamiento y una buena prueba, en mi caso, de que uno está sano.
El viento, a veces tibio y otras frio, acaricia y susurra hermosas palabras a nuestra alma o psique y nos hace reflexionar con su canción acompañada de un sinfín de insectos nocturnos, las estrellas nos recuerdan la inmensidad del universo, arremolinando una serie de pensamientos que para mi son preciados. Y en ese recorrido todo hace sentido cuando uno llega al cuarto descanso y a la parte alta del cerro, un lugar conocido como la batea, una especie de planicie que parece un gran anfiteatro cuyos espectadores son hierbas y árboles y testigos son las estrellas que ríen y lloran ante la tragedia o comedia que es la existencia misma. Es ahí la más preciada recompensa por el esfuerzo de subir y ser consciente de la naturaleza en una de sus tantas expresiones.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario