Hace dos semanas fui a beber chocolate y una que otra cerveza, acompañada de unas quesadillas y tostadas de pata, en honor de un año de nacido del hijo de Susana y Juán: Emilio. En la reunión me topé con matemáticos que tenía de no ver desde meses hasta años. Como es típico de esas reuniones se dan las actualizaciones mutuas sobre que uno ha hecho y que han hecho. Cuando mencioné que seguía programando, uno de ellos dijo en tono de exclamación: "¡sigues programando goffas!". Esas palabras se quedaron rebotando en mi mente, como dentada sonora.
Hoy el Ohagi ha me envió el siguiente correo, que leí saliendo de junta, que por cierto como todos los lunes peca de aburrida, una junta jerárquica en donde uno debe escuchar sin ánimo de participación lo que dicen otras personas por casi dos horas.
Un joven con problemas de autoestima fue a visitar a un sabio para que lo ayude con su problema
-Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro sin mirarlo, le dijo: Cuanto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi
propio problema. Quizá después…- y haciendo una pausa agregó - si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este problema con más rapidez y después talvez te pueda ayudar.
Encantado, maestro - titubeó el joven, pero sintió que otra vez
era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
Bien - asintió el maestro.
Se quitó el anillo en el dedo pequeño, y dándoselo al muchacho, agregó - toma el caballo que está allá afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda.
Es necesario que obtengas la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo
miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.
Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para explicarle que una moneda de oro era muy valiosa
para entregarla a cambio de un anillo.
En afán de ayudar, alguien ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado, más de cien personas, abatido por su fracaso montó su caballo y regresó.
¡Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro!
Podría entonces habérsela entregado él mismo al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación y dijo - Maestro lo siento, no se puede conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto al valor del anillo.
Que importante lo que dijiste joven amigo, - contestó sonriente el maestro.
Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero.
¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él.
Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó y luego le dijo - Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender inmediatamente, no puedo dar más de 58 monedas de oro por su anillo.
¡58 MONEDAS! - Exclamó el joven.
Sí - replicó el joyero - yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé…. si la venta es urgente…
El joven cabalgó de regreso emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.
Siéntate - dijo el maestro después de escucharlo.
Tu eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede revaluarte un verdadero experto. ¿Qué haces pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? - Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño.
Todos somos como esta joya, valiosos y únicos, y andamos por los mercados de la vida pretendiendo que gente inexperta nos valore.
Quizás la exclamación de aquel matemático dedicado ahora a la administración de proyectos tenga que ver con esa situación. Mis tiempos han terminado y debo de buscar un joyero que sepa apreciar, mientras tanto he de fluir. Quizás esto mismo se aplica a lo que me comentaba Lola Cazarini, sobre la falta de aprecio por los investigadores en matemática educativa. Hay que encontrar el joyero adecuado.
1 comentario:
Una joya de comentario contra la opinología general.
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