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viernes, 25 de mayo de 2012
Fruto agusanado
Veinte pesos valieron un adusto mamey, había pensado en comprarme un jugo de naranja, pero en lugar de ver al joven que lava las naranjas y aparentemente trae las manos limpias, vi a su madre o tía o hermana mayor o empleadora, haciendo la faena de exprimir y sacar el jugo. Esa señora siempre se carga con unas manos negras de mugre, así que le pedi un mamey maduro y comprobé mi sospecha al depositarle dos monedas de diez pesos sobre su palma. Casi una hora después, baje a la galera, digo al área donde se sientan los consultores y donde se encuentra la cocina, parti el fruto y observé una suculenta pulpa. Ya sentado en mi lugar comencé a herir dicha carne con una cuchara, cuando en la octava o novena herida comienzo a ver gusanos arrastrándose por la pulpa, pretendiendo escapar de la arremetida violenta para saciar mi apetito. Instante antes, mientras subia de nuevo al área de desarrollo me topé casi al inicio de la escalinata con la psicóloga que se encarga de contratar nuevos exclavos - ¡Qué bien te atiendes papacito! - me dijo y yo emprendí la graciosa huida, tenía tiempo de no escuchar la palabra papacito y mucho menos dirigida hacia mi persona. Quizás debi de haberle contestado: "pues no como te voy a atender a ti". Y agarrádola de la cintura bruscamente la hubiera colocado encima de algún escritorio cercano, mientras con mis manos le rompia la blusa liberando sus pechos. En lugar de ser yo el mancillado por los gusanos, hubiese sido ella la mancillada. Pero qué fantaseo, si en realidad no soy gusano para la papaya madura. En lugar de eso me senté y disfrute de las carnes rojas de un dulce mamey, hasta que seres cilindricos blancos comenzaron a salir presumiendo que algunos días antes ya habían hecho suya esa fruta madura.
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