El entrar en consciencia de la vida y la muerte me llevó a desear vivir sólo o, al menos con compañeros de casa, dado que no tengo una laxitud económica chida y por mera diversión. Como os decía decidí irme a vivir fuera del nido maternal - llámese casa de mi mamá - y comenzó con ello la búsqueda de un lugar donde vivir. En dicha me percaté lo perra que es la vida en la ciudad de México, pues para todo le piden a uno meses de depósito, fiador con escrituras en Polanco - exagero - y los precios de la renta, al menos donde me gusta vivir, son excesivamente caros. En el sentido de la búsqueda, los tres que decidimos compartir casa coincidimos que fuese en lugares céntricos como cerca del nique de la independencia, del centro, de la condesa o de la roma. Encontramos departamentos bonitos, incluso algunos con una especie de vibra o de sensación que a grito tendido decía: "Réntame", otros lúgubres o sintiendo la carne de gallina por recostar la cabeza y amanecer al día siguiente en algún lar de la dimensión desconocida.
Finalmente, cuando la búsqueda comenzaba a mermar, tras el pitazo del camarada Raziel y conocer a Damaris, quien por cierto ayer fue mamá por segunda ocasión, aprovechando su gentil recomendación terminamos asentando nuestras existencias en un departamento ubicado a unas cuadras de la fuente de la Diana cazadora. Afortunadamente para mi fue meramente llevar mi colchón en un diablito de la casa de mi mamá, ubicada cerca de la embajada inglesa, a dicho nuevo lugar. Curioso, pues desde ese día el carmín ha fluido.
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