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sábado, 27 de noviembre de 2004

La bola 8...

Alguien se ha preguntado por qué la bola ocho del billar tiene connotaciones místicas y predictivas, por qué todo mundo clama en forma erótica, bares y toda parafarnalia etilica por la bola ocho. Muy sencillo, sucedió jugando billar en casa de Cibeles, en el momento en que la bola ocho cae en una buchaca claramente el juego se dá por perdido para la persona que empujó, accidentalmente o o, la dramática bola. Es decir, el destino del juego se cumple de manera dramática por una bola y no hay nada que pueda impedir que el juego termine por más perfecto o patético que sea su juego. Todas estas cuestiones en un terrible ataque de euforia surge de mis neuronas y se propagan con un temor innombrable.

Ese jueves que jugué billar con Cibeles y Jorge fui, posteriormente, con C y J a festejar los ocho años de Sport..., club solícito de Cibi, a Rio Bravo, por cierto el lugar estaba a reventar, para una mejor referencia recordad el table dance tipo casona Romana de mal gusto a la entrada de CU por revolución. En un momento fluí con Cib, Jorge, Ramiro, hermano de Cib, y sus dos amigas a una mesa casi central, luego llegó una amiga de Cib junto con su acompañante, hombre. La locura afloró: música, bebida - no mucha claro -, ninfas - que ninfas más voluminosas en todo aspecto donde se perdiese v. vista -... Obviamente llegó el momento de agitar el cuerpo en distorsionadas convulsiones, llámese bailar, al ritmo de una Beetlepunchis y demás locuras... Sin embargo tras una breve pausa, queréis que os describa mayor detalle sobre la pausa, yo que vos rogaria no hacerlo, claro al menos... Mente empedernida y sucia no afloréis, que mis mancebas manos no desean narrar más... He de retomar el funesto hilo de las digitales letras plasmadas por la acción mecánica y holgazana de mis dedos... Después de la pausa regresé a la mesa, mis pupilas se contrajeron, mi cerebro mandó terribles mensajes, pero sobre todo surgió en mi la ira, una terrible ira... Cupido ha de odiarme al infundirme sentimientos tan irracionales, pues mi reacción consistió en celos... Podéis creerlo, yo no, lo que si observo es que lentamente me voy percatando sobre mi bomba sanguinea atravesada por una alargada y terrible flecha, temo ver la herida con mis ojos... No he de atreverme a soltar la lengua frente su presencia por bien del destino funesto que yergue mi alma desde tiempos inmemoriables, tiempos en los que Cronos era un dulce bebe y su guadaña un atemorizante chupón de menta.

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