Observo mi bitácora, veo que no he escrito en un par de meses y en este momento lo hago aprovechando que mi "special one" no está usando su computadora, el poco tiempo que tengo y la inspiración. Qué ha sido de mi existencia, no mucho, puedo decirles, me la he pasado trabajando sin un sentido propio de la palabra, trabajando un terreno que comparto con mi special one, viviendo la cuarentena en Tepic, tomando clases en línea de capoeira, saludando a mi madre y hermana vía zoom, en ocasiones haciendo algo de origami y jugando juegos de mesa con los hermanos y mi "significant other".
El trabajo se ha vuelto algo medular, aunque ando un tanto despechado, ya que seguiré por honorarios, y la culpa no es tanta de mi jefe, sino del acéfalo monstruo que dirige la empresa para la cual trabajo, quien de golpe y porrazo decide sobre los destinos de tantos a nivel global y es en ese golpeteo que mi mano derecha en este equipo de mercenarios que me ha tocado liderar ha sido lanzado por la borda. Ese mano derecha quien me ha ayudado bastante a librar las tormentas corporativas y de entregables. En este juego de convencer hombres para que se sacrifiquen o sean dignos mercenarios en la codificación, fue que me topé a este hombre moreno, de lentes y pelos alborotados, bastante paciente con el resto de la tripulación, sin una grilla molesta o que intente amotinar a la tripulación, sino todo lo contrario. Como mercenarios varias veces compartimos buenas cervezas hasta el punto de la embriaguez, me atrevería a decir mujeres, pero claramente eso no pasó y bastantes horas arreglando ese barco que nos ha sido dado para labores de piratería de código, bueno no propiamente piratería, pero si codificación.
Es ahí donde entra mi cuarto piso y no sé por qué, pero me enternecen mis "hombres" o mis camaradas, siguiendo el símil mercenario, en la alieanación que este barco me ha producido, los he tomado como camaradas de armas y pillaje, digo de código, y sin duda me duele que la empresa dueña del barco no quiera dar un céntimo más y peor aún la compañía intermediaria los tenga bajo un mínimo por ley, maldita reforma laboral, muy eficiente, pero muy descarnada.
Es en este cuarto piso que veo como mercenario camarada, el segundo al mando, con todo derecho parte en la empresa de surcar ahora el oceano Índico y es a este cabrón a quien desde lo más profundo de mi corazón le doy las gracias por ayudarme con tan curiosa tarea enajenante. No es un adios es simplemente un hasta pronto y te deseo los mejores de los éxitos, sin duda te extrañaré yo también cabrón. Quizás con el "FapBro" y otros camaradas, en algún puerto coincidamos, unos buenos tarros de cerveza estrellaremos y reiremos de esta locura llamada vida.
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