En una especie de estado de eterna ansiedad, al menos en la oficina, he adquirido el mal hábito de urgarme la nariz. A veces pienso que no soy yo, sino el cadaver de alguien sobajado, no encuentro paz, ni deleite por escuchar música en este cubículo asignado para contribuir en la generación de peines de oro al dueño, salarios óptimos mínimos al resto.
Y como si no bastase eso, el quien es culpable de mi existencia día a día pide su medicina verde. Si menciono que tengo que salir de viaje a ver un mentado cliente, se imagina que me dan la American Express Gold y tengo todo los recursos de la empresa para que a la hora de la comida se festeje con mariachi y comilonas mi visita. Se nota que quedó atrapado en los ochentas. No se imagina que la empresa nada tonta no pierde ni un céntimo, pobre de aquel que decida agarrar algo de los viáticos por que no hay pretexto a uno se le entregó ese dinero y vale pito, sino tiene uno tal.
Ya son casi cuatro meses que llevo viajando para quitar de manera lenta y dolorosa los bugs del proyecto y no queda. En ese sentido no sólo soy el malo por abuso de confianza, sino el malvado que no libera al sistema.
Más irónico es saber que un día de consultoría ofrecida a mi nombre, la empresa saca para pagar mis servicios por una quincena. La justa lógica capitalista con uno,quince. Así que busco en mis fosas lo que no obtengo laboralmente, quizás encuentre el reconocimiento verde por dedicarle a un proyecto.
1 comentario:
Pues... es un curioso placer infantil, y a su vez con otra connotación. Penetras un orificio, después de todo.
Vaya, sí que es un descontento laboral manifiesto. Lo que puedo decirte es que no eres sólo tú. En muchos sitios, la mayoría, los asalariados reciben por igual su cascada de mierda, mientras a los mandamases les toca la cascada de dinero.
Publicar un comentario