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martes, 9 de octubre de 2012
El primer día en Calgary
Tras haber esperado algunas semanas el anuncio de que la visa había sido emitida, por fin me vi en el aeropuerto internacional Benito Juárez acompañado por mi madre esperando el vuelo que me llevaría algunos miles de kilómetros de la ciudad que me vió nacer. Como siempre el asombro por la tecnología y la ciencia que es capaz de elevarnos varios kilometros de altura, donde reinan temperaturas poco gratas para la existencia humana. La emoción conforme fui abandonando los estados unidos y el paisaje se tornó más verde me embargo. Aterricé en el aeropuerto de Vancouver, diría que todo parecía hojuelas sobre miel. El lugar contaba con un acuario muy interesante. Incluso, ilusamente, pensé que tendría tiempo para tomar fotos. Caminé como oveja rumbo al redil de los migrantes, hasta que me topé con una señora morena, fornida, de pelo ensortijado atado a una coleta y en un inglés muy ráṕido me preguntó cual era mi motivo de visita, cuanto tiempo estaría, a quien visitaba. Preguntas que en su momento se me hicieron poco corteses, pues por algo ya había hecho todos los mentados trámites que sentí invadían mi privacidad para obtener la visa.
Rayoneó mi hoja de visitante y me dijo que prosiguiera con mi camino. Contento, pensando que sería el mayor altercado, seguí caminando hasta que me topé con otro oficial negro bastante grande me pidió mi hoja y me desvió por una puerta. Los colores alegres de la terminal fueron apagándose hasta llegar a una estancia bastante grande donde había varios orientales formados y uno que otro ciudadano que por su aspecto parecían como de europa del este. Varios funcionarios malencarados con finta de policias iban llamando uno a uno y hendían heridas en las panzas de las maletas y cercenaban su interior como si fuesen vísceras, mientras sus dueños agonizaban entre gritos el suplicio de explicar hasta el mínimo detalle.
En ese momento fue cuando me sentí ciudadano de segunda. El ambiente se tensó más cuando una oriental se enojó, pues uno de los agentes preguntaba balanceando sus bragas sobre que era eso.
Creo que aquí y en China unas bragas son unas bragas, - pensé.
Finalmente me tocó pasar con un agente migratorio pelón, tendría finta como de Italiano, entre flaco y fornido. Intenté portarme lo más acertivamente, sonreí y haciendo esfuerzo por entender su inglés rápido le hice incapié en que hablase un poco más lento. También le expliqué que estaba nervioso por que no estaba acostumbrado a la manera en como trataban a los visitantes. El simpático agente me preguntó que si nunca había visitado Estados Unidos, acto seguido me entregó, mi maleta, no sin antes haber tomado unas muestras, supongo buscando cocaina o pólvora, de mi maleta y de mis manos. Tras haberle dicho la causa de mi nerviosismo el agente adoptó una actitud menos seria, incluso me dió la bienvenida a Canadá cuando me encaminé a la sala de abordaje.
El episodio de invasión de privacidad hizo que me agüitara o me enojase un poco, finalmente tras un rato de cabilación en la sala de espera fluí de nuevo. Algo que me sorprendió mucho, mientras esperaba el vuelo a Calgary, fue la multietnicidad al menos que noté en Vancouver. Gente de todos lares: orientales, indúes, musulmanes, gringos, ingleses, latinoamericanos.
Una vez que el avión aterrizó en Calgary me sorprendió ver lo poco poblado que se veía, el paisaje típico como de pradera, con unos árboles como si a proposito hubiesen sido plantados para satisfacer el gusto de algún fanático de maquetas. El ánimo subió cuando por fin recogí mi maqueta y me sorprendió lo bien cuidado del aeropuerto, como si fuese de juguete. Finalmente me encontré con Roberto no sin antes ser recibido por una alegre Vaquera Canadiense, ya de edad, pero no por ello de espíritu envejecido. Recuerdo sus palabras Come on!!! Welcome to Calgary!!! Have fun!!! Una sonrisa y la amable señora vistiendo sombrero blanco de vaquero y chaqueta roja se despidió.
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