-I-
Se escuchaba un toc, toc, como el sonido seco que produce una gotera, solo que menos sutil. El viento agitaba las hojas como si buscase esconderse torpemente. Al horizonte el cielo se teñía entre gris y azur, el estruendo anunciaba lo inevitable, la fragancia de tierra mojada se mezclaba con los olores de la comida de ciertos puestos que vendían una serie de confites y frituras. De pronto un estruendo más contundente a lo lejos, como el rugido de un león y los comerciantes como si de gacelas tratasen comenzaron a ponerse nerviosos y comenzaron a alzar cazuelas, mantillas, utensilios de madera, frutas de color intenso. Una de ellas escapo rodando desbocada celebrando una libertad efímera, pues un muleque de ropa raída la atrapo.
--Ande patrón lleve un poco de coco-- dijo una vendedora con sonrisa blanca y enorme, que mostraba sus raíces mulatas, a quien respondí con una sonrisa de vuelta, sus ojos negros expresaban una felicidad casi enfermiza, cuando sentí el golpe, volteé molesto y vi a un mozo de pelo chino vestido de manta blanca como sus dientes en contraste con la piel más negra que el ébano. Absorto por su pícara sonrisa busqué mi cartera para comprar un coco, pues sentía una terrible sed. Sorprendido no encontré nada y fue ahí que caí en cuenta que el mozalbete de ébano se había llevado mi cartera.
Así comenzó lo que tanto se anunciaba desde hace rato, primero unas gotas grandes que nos recordaban la existencia, luego estás redoblaron y se volvieron una lluvia copiosa, casi intempestiva con truenos.
El refugio era evidente a lo lejos unos enormes arcos, el sonido de la tormenta se mezclaba con el de un tamborileo constante. Me guarecí en los arcos y ante mi se abría una amplia estancia y ahí el chaval ébano me sonrió mientras jugaba una danza extraña, capoeira decían algunos, capoeira cantaban otros. Y en el centro de esa círculo de personas mi cartera, el ladronzuelo ébano jugaba con otro hombre barbón con ciertos rasgos mulatos, así haciendo contorsiones pretendían alcanzar mi cartera cuando otro entró y sacó al barbón, así don ébano sonriente hizo una voltereta sin manos y venció al que acababa de entrar, pues así como voló se arrastró y tomó mi cartera.
-- Bravo -- ovacioné aplaudiendo.
-- ¡¡Te he reconocido Exú!! --y de un golpe sin saber el cómo me acerqué al instrumento que dirigía tremenda fiesta, su forma la de una calabaza con un arco emitía un sonido chirriante que contrastaba con las percusiones. El mozo ébano se acercó se encuclillo y extendió la mano, imité lo que hizo y lo saludé entré dando tumbos al centro de esa circunferencia de gentes, girando sin saber cómo o el por qué solté una chapa, el joven ébano con gran habilidad dio una voltereta y se situó a mi espalda. Un susurró recorrió mi cuerpo y solté un rabo de arraia.
-- ¡No sigas a Ogun!-- gritó el hombre ébano, mientras mi pie golpeaba su mandíbula, sus ojos se abrieron enormes, blancos contrastando con su color y de pronto el cielo gris ennegreció.
Cuando desperté, me sentí mareado como si hubiera bebido mucho ron, abrí los ojos y vi junto a mi la culpable de ese vértigo, pesadamente alcé la vista hacia el cielo, ante mi la luna fría y distante, hermosa sin duda, pero fría.
El viento soplaba un tanto tibio a veces, otro tanto fresco, las nubes parecían que cortejaban a la luna y su penumbra danzaba una especie de vals nocturno.
--Creo que sí, sí bebí bastante-- murmuré cuando de pronto en la penumbra más oscura se prendió el pitillo de un cigarro, de un intenso amarillo este cejó en un rojizo naranja dejando ver el rostro adusto de un negro, que contrastaba con su esclera tan blanca como la luna a mi cabeza. La penumbra cejó ante la luz mortecina del astro plata. Un negro fornido con una barba rala me observaba de una manera casi intimidante. Retador volvió a insuflar su cigarro y expulsó una humareda con olor a clavo.
--¡Hey Ado! ¿No vas a compartir tu ron?--preguntó más como una orden. Torpemente me erguí tras dejar de besar con la espalda la columna de uno de los arcos, tomé la botella de ron y se la alcancé.
--Nada como un buen trago, ¿verdad?--
--Te he cuidado buena parte de la noche-- dijo ya con un rostro un poco más amigable, pero duro y viril en su expresión. Luego me alcanzó la botella.
--!Bebe! ¡Ado!--ordenó con una voz como la de un roble. El hombre se levanto y extendió su brazo co la botella, quizás era un estibador u algo así, pensé por la complexión de sus brazos que la penumbra dejaba entrever. Tomé la botella y bebí de golpe. El líquido al recorrer mi garganta me llenó de un calor intenso, me imaginé como ese cigarro yendo del amarillo intenso al rojo para luego volver al frío negro.
-- Necesitarás valor para lo que ha de acontecer-- dijo el estibador sonriendo, mientras extendía su áspera mano para ayudarme a levantar.
-----
Nota: Revisando mis publicaciones guardadas encontré esta de hace varios años atrás, hoy tras escuchar el poema de Fernando Pessoa al finalizar la clase de capoeira y quererlo compartir en esta bitácora, he decidido completar ese cuento con el contexto de mi vida actual. Por cierto el poema es el siguiente:
No quiero rosas, con tal que haya rosas
Fernando Pessoa
No quiero rosas, con tal que haya rosas.
Las quiero solo cuando no las pueda haber.
¿Qué voy a hacer con las cosas
que cualquier mano puede coger?
No quiero la noche sino cuando la aurora
la hizo diluirse en oro y azul.
Lo que mi alma ignora
eso es lo que quiero poseer.
¿Para qué?… Si lo supiese, no haría
versos para decir que aún no lo sé.
Tengo el alma pobre y fría
Ah, ¿con qué limosna la calentaré?
Nota el poema lo tomé de
acá