En la unidad habitacional donde vivo en Tepic, el Coquis es el vigilante y usualmente siempre está acompañado de un chaval al que le he apodado el Puma. No sé si sean primos o padre e hijo o simplemente amigos, lo que si sé es que en la banca de la entrada opuesta a la caseta de vigilancia a la sombra de los enormes ficus que se dan por estos lares los dos se sientan juntos y pasan horas jugando al celular. Uno con una cara de sosiego por los años y el otro con le efervescencia de la adolescencia en el rostro. Y a diferencia del don que también cuida el acceso a la unidad, pero en otro horario. Coquis y el puma rara vez limpian las áreas verdes o cortan la maleza, su diversión, que en ocasiones se les unen otros adolescentes, es sentarse en la banca de la entrada, saludar a transeuntes que entran y salen, como yo, y volver a ensimismarse en el celular. Ya que el sol amaina, luego se mueven del otro lado de la entrada, cambian el acero por el plástico en sus posaderas y continuan con la rutina del juego en el celular.
El coquis siempre viste un pantalón jaspeado militar y una playera negra, no es por menospreciar, ya que también yo por simpleza visto playeras negras y el mismo pantalón casi todo el tiempo, su pelo desaliñado lacio y corto me recuerda a mi mismo, su mirada tranquila y su panza en cierta forma me recuerdan mi porte en ocasiones. Quizás el Coquis es un Alejandro de un universo paralelo o yo soy el coquis en otra realidad. Mera ilusión, pienso, pues nos creemos únicos y al final somos iguales.
Despierto torpemente de esa ensoñación, me calzo un pantalón militar verde, me visto una camiseta negra. No sabía que el vato del departamento D 5 tuviera mi misma edad, me pregunto que tanto hará metido todo el día en su departamento.
-Tío, ya está el desayuno- alcanzo a escuchar, me acomodo la incómoda erección matutina. Me asomo al lavabo para lavarme los dientes y me doy cuenta que traigo el pelo como el vato del D5 por un momento vacilo y confundido me imagino que mi nombre es Alejandro.