A las tierras legendarias cabalgo, la melancolía invádeme, sus adustos árboles, cañadas profundas, el auriga de Apolo desde ellas palidece, Ehécatl susurra canciones tristes. Mis ventrículos recurren a impulsos eléctricos sin sentido. Amada mía, tu blanca pureza volverá a caminar entre el espeso verdor. No importa, si mis pupilas secas alimentan los gusanos.
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