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martes, 13 de noviembre de 2012

El policía y sus demonios

Recargado contra el barandal azul, pretendía mimetizar con su ropa azul oscuro. Daniel portaba su gorra de policía orgulloso, frente a él en el otro extremo de la explanada cerca del otro barandal, su moto Yamaha descansa bajo la sombra de un pino. Su corcel moderno de cuerpo gris y de lomo azul con negro bufa azul y rojo en una sucesión. Se acomodó el chaleco y aprovechando que se acercaban un par de mujeres jovenes, por que no acomodar la entrepierna para alguna mirada discreta delatase asombro. Quizás para esos casos hubiera preferido el anterior uniforme gris con líneas azules a los lados y botas negras. Pantalón cuya virtud era dejar todo menos a la imaginación, sin embargo si de comodidad se trata para perseguir malandrines sin duda prefería el uniforme tipo cargo que traía consigo. Por un lado agradecía a la virgencita el aburrimiento, pero por otro sería interesante detener algún maleante inexperto que decidiese aumentar su pericia asaltando una morra y de premio un sensual e inocente: "Gracias oficial".
El oficial motorizado estaba ensoñado en sus pensamientos, cuando una figura ligera, casi fantasmal a lo lejos, se fue acercando, vestía un vestido rojo que se agitaba dejando ver sus muslos torneados, sus nalgas redondas bien formadas, su delgadez y sus senos, no exagerados, pero si lo suficientemente provocativos para desviar la mirada de cualquier zombi capitalino. La siguió con su mirada que poco a poco reflejó lascivia. La fémina, lo volteo a ver de reojo y sonrío, su mueca lo fulminó dejando cierto electricidad en su bajo vientre y decidió pensar en cualquier otra cosa antes de tener algún estrago que delatara sus pensamientos.
Posó sus ojos en la viejecita que apoyada en su bastón contemplaba la avenida. -Si, mucho mejor que pensar en esa chiquita - pensó. -Se parece a mi tía Tete, que diosito la tenga en su gloria- musitó. La tía Tete tenía poco de haber fallecido, fue ella quien lo animó a que formar filas en el cuerpo policiaco y después de varios años fue ella quien le dió su medalla de la virgen para que lo protegiera del demonio y otras tentaciones cuando cumpliera con su deber. -Me recuerdas tanto a mi Poncho- le dijo la tía Tete cuando asistió, junto con su mamá, su hermana y su papá a la graduación como oficial motorizado. -Te ves tan guapo- le seguía diciendo la tía- rapado y con tu uniforme de gala.
Una alarma y la gente saliendo despavorida, irrumpió sus recuerdos, volteó y soltó el seguro de la pistola sin desenfundarla subió las escaleras, mientras la gente se empujaba. -Tranquilos- gritó el oficial. La fantasmal figura de nuevo emergió entre la multitud, su vestido rojo le heló la sangre, su elegante caminar y su porte tranquilo y duro, frente al convulso porte del resto de las personas hizo que agarrese su pistola. Quizó desenfundarla, pero se sentía paralizado, su corazón latía terriblemente, en sus 5 años como policía nunca había sentido algo parecido, parecía como si estuviese frente a un ángel. Intentó desenfundar su pistola y someter a ese voluptuoso ser, agarrándola por los cabellos, haciéndola sentir su virilidad como habían hecho él y su compadre con una prostituta hace una semana, mientras la pobre incauta tenía metido el cañón de una 45 en su boca.
-¿Pasa algo oficial?- escuchó una voz dulce y sensual. De pronto sintió un dolor agudo, sintió que el espasmo lo recorría de los huevos al estómago. -¿Cómo tú?- alcanzó a murmurar, mientras veía como la rodilla delicada de la chica se retiraba de su entrepierna e hincado caía al piso, mientras sus labios besaban el pavimento. Luego sintió una punzada en la mejilla, volteó a ver un tacón puntiagudo que se retiraba claqueando. El viento comenzó a soplar, tibio. Alcanzó a oir una risotada y luego el bramido de un auto, una risa aguda encaramada en el eliseo le brindaba un ósculo de despedida.
Se incorporó con gran esfuerzo y de pronto un pensamiento se hizo voz - pinche vieja, esa si que era un verdadero diablo y no mamadas, esto no habría pasado, sino hubiese dejado mi medalla en ese arrabal-.
-Hija de su puta madre- gritó, se tocó la mejilla izquierda, volteó a ver el charco de su sangre en el piso y sobre el brillaba un óvalo dorado.

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