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viernes, 12 de octubre de 2007

Cinco yemas

No hay nada peor que unos chilaquiles sin crema, pensaba Beatriz mientras con el tenedor atacaba de manera cruenta el totopo remojado inerme. Las cinco aún - dijo suspirando mientras imploraba a su minutero el paso por el número 12. Su lucidez estaba llegando a tope, sus demonios neuronales ipsaban una y otra vez haciéndole pensar en la ausencia como obvio resultado de que su cita se encontrara reposando en la cárcava de la informalidad. Una deducción estúpida se decía, mientras volvía a arremeter su sinapsis ociosa, sus pensamientos descansaban ahora en la imagen de la confitería de su abuelo. Recordó una noche en la que se había quedado a terminar el cierre y pasó esa chispa de morbo. Volteó a verse en el espejo y sonrió en complicidad consigo misma. Acto seguido puso a calentar un poco de chocolate y una vez tibio hundió su dedo en dicha mezcla sintiendo como torpemente esta rodeaba cada célula de su índice. Emborucó al resto de sus falanges como una especie de caravana de arpones hiriendo uno a uno el oscuro mar en busca de peces.

Señorita desea ordenar algo más - Irrumpió ingratamente el mesero meditabundo.

Son pasadas las seis - dijo en voz alta, resignada a que esta vez no hubiese milagro alguno.

Sabía usted que me dedico a la quiromancia - contestó bajando el tono de voz, mientras acomodó oriunda el broche con forma de libélula. Sus ojos se posaron sobre los del mesero y por un momento pensó si él sería un productor de sensaciones frenéticas, se mojó los labios.

Tráigame la cuenta nada más - dijo al joven que aguardaba una respuesta más adecuada, mientras observaba la línea de la vida de manera inquisitiva.

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