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martes, 22 de noviembre de 2005

Ochenta años

Puede ser grato el contemplar la destrucción y no saber exactamente lo que pisas a los ochenta años, diría que es una estupidez osada desear la muerte y malgastar la vida, tirar las oportunidades por deseos propios y caprichosos. En realidad, alabo tal desapego a la vida, quisiera o creo que seré así a la larga, es la herencia, la educación enraizada. Yo lo vivió ella, gentil y unos años atras risueña, ahora perpleja de los resultados, como lo vivió el creador del creador de estas letras, como sucedió con Bea y años más atrás como la madre del progenitor de este compilador de código ascii. La parca ha reservado su guadaña, por más que imploró e hizo votos a la iglesia, sutil puente, herejes diria yo, entre el más alla y al más aca, en un sentido vulgar referencía al bolsillo.
Nihil, me da gusto verla rosagante, me da gusto, pese a la miseria nata que acompaña a todos los miembros de la familia al final de su existencia, partir un pastel de chocolate, pequeño claro, en compañía de mis mortífagos: el demiurgo, la zohar, la morisca y el vomitador de estas letras. Su cara de pícara rememora sus travesuras de niña y adulta. Un sonrisa dibújame, pues pese a todo seguimos disfrutando el cacao en un sentido ligeramente asociativo... Qué más podre devolver, el simple hecho me ha retorcido el estómago y forzado a regurjita estas letras.

Dulce azahar no me desampares ni de noche, ni de día.

Han pasado instantes, me leo y siéntome duro, no me he de retractar, pero la confusión es un juego de copas al cual me he hecho adicto últimamente. Irónico, pero yo mismo sería el verdugo de mi cuello.

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