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miércoles, 17 de agosto de 2005

Froberger...

Mis oidos tuvieron el gusto cuando fui por primera vez a un concierto de clavecín. Todo dispuesto en algún rincón del pueblo de Mixcoac. Un parque tipo alameda. Cuan ogro terrible surgía entre los árboles el Instituto Mora, la arquitectura del edificio fresca con muros tipo colonial color morado o vino. Cantera hermosa adosaba el edificio. Irónicamente no recuerdo como era el auditorio. Lo que si recuerdo es la emoción que recorrió y se generó en mis neuronas, dendrita tras dendrita excitando mutuamente en una bacanal de químicos. Ante mis ojo el instrumento que tanto placer habría deparado a mis oidos. Una reliquia, en dicho momento no lo sabía. Inmediatamente me acerqué, analizé las teclas, las cuerdas, cuan simio ante una reliquia negra exaltado analizaba mi presa. Tomé asiento, en la primera fila, y aguardé. Leí - maldita sea este trabajo esta ahogando a mis neuronas, me cuesta trabajo encontrar las palabras - el "tríptico", por fin, perdón, el programa y uno de los interpretes era Froberger. Ojos estupidos, no sabíais, acaso, que ante mi tenía al demiurgo, a quién Bach mismo idolatraría en un éxtasis pagano, de la técnica y el arte de besar las teclas con los dedos, de susurrar con las uñas el candor de la partitura.

Siete - uy, me duele ver la estela de Cronos - años después en un rincón azul grisaceo, sin la luz de Phaetón, con los ojos clavados en un gélido monitor y los oidos entripados a un aparato. Froberger declara su maestría a mi cerebro.
No desperdicies sal en los ojos... Tombeau fait à Paris sur la mort de M. Blancheroche lequel se joue fort lentement à la discrétion sans observer aucune mesure. ...mejor úsala ahora que os levantes y partas a comer bocado y beber mentiras.

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